05 diciembre, 2012

Día Internacional del Pueblo Palestino: Refugiados


Iglesia del Monasterio de la Resurrección
              Como todos los años, el día 29 de noviembre, nos reunimos en el monasterio de las Canonesas del Santo Sepulcro  para  solidarizarnos con el pueblo palestino, en un encuentro de oración y reflexión, organizado por Cáritas Diocesana de Zaragoza y las Canonesas del Santo Sepulcro.


Este año el tema para la reflexión eran los REFUGIADOS.

           En la Iglesia, alrededor  de lo que imaginamos llevan al huir de sus hogares los refugiados: un hato, un colchón pequeño, una bolsa y un poco de agua, escuchamos las palabras de Claudette Habechs, secretaria general de Cáritas Jerusalén, refugiada en su propia ciudad de Jerusalén. Claudette  nos recordaba la situación del pueblo palestino desde el año 48 y la esperanza de que Palestina fuera admitida, ese día 29, como estado observador en Naciones Unidas. (Deseo que se vió confirmado por una abrumadora mayoría de paises que lo apoyaron)

Fecha: Primavera de 1948.

Lugar: Barrio de Talbiyyeh, Jerusalén (Palestina).

Como niña de siete años, me sentía en la cima del mundo. Rodeada de unos padres amorosos, unos abuelos que me adoraban, llena de amigos, y siendo la orgullosa propietaria de una muñeca y una casita de juguete, era totalmente ignorante y ajena a los hechos que asediaban Palestina.

Demasiado joven para comprender lo que significaba el mandato británico o los movimientos judíos clandestinos para arrebatarme mi tierra natal, sí era lo suficientemente mayor como para percibir y darme cuenta de los enormes crímenes contra la humanidad que se estaban perpetrando lejos, en Europa.

El problema, por supuesto, era que los palestinos no eran los autores de lo que allí sucedía.

Pero aquel mundo mío fue brutalmente destrozado cuando me encontré a mí misma, junto a miles de palestinos, desposeída y convertida en refugiada, víctima de una guerra que daba a un pueblo una tierra en mi propia casa, mientras dejaba a otro tratando desesperadamente de asumir su pérdida, intentando recoger las piezas de una vida rota y un futuro incierto.

Fecha: 2012.
Lugar: Jerusalén.

Soy Abuela de siete niños preciosos, sí, aún me siento en la cima del mundo rodeada de mi familia, pero después de 64 años sigo siendo una refugiada, desplazada internamente en mi propia ciudad. Los palestinos han reconocido el Estado de Israel en el 78% de la Palestina histórica, pero incluso después de los Acuerdos de Oslo y del proceso de paz que duró una década, mi pueblo sigue esperando el mismo reconocimiento.

En un esfuerzo más por demostrar al mundo que somos unos auténticos socios de la paz, el presidente Mahmoud Abbas pidió a los Estados miembros de las Naciones Unidas que reconocieran lo que es por derecho nuestro. No fue solo un intento de recuperar la naturaleza de Estado, sino más bien de recuperar una vida digna, un futuro construido sobre la justicia, una tierra palestina con fronteras seguras, libre de ocupación, asentamientos ilegales y control sobre nuestros recursos naturales.

          En silencio salimos al frío del claustro, caminando e intentando interiorizar lo que pueden sentir tantas mujeres y hombres que salen de sus casas, de su país,  huyendo; escuchamos dos oraciones, una de ellas la de Ameen, compañero de Cáritas en Gaza que nos la había enviado la semana anterior. Escuchamos la palabra de Dios e hicimos peticiones.

        Al finalizar,  rezando el Padrenuestro, nos unimos a la alegría de los palestinos por los resultados de la votación, mientras sonaban las campanas del monasterio. Y seguimos pidiendo para que siga viva su esperanza y se alcance una paz justa para todos.












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