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20 abril, 2009

Y su alma iba directamente a Dios




Una voluntaria de Cáritas, que durante años ha colaborado en uno de los talleres para la Mujer, ha enviado para su publicación este artículo. La fotografía que ilustra este post corresponde al trabajo de las mujeres en los talleres. Sirva esta fotografía como homenaje a esta mujer de la que habla el artículo.

Tengo que escribir porque el impulso de comunicarme es muy fuerte. Es una historia larga en sufrimientos y breve en despedida. Hace unas pocas horas que enterramos a una mujer a la que se había atendido desde la Parroquia y desde el taller Delicias. Aún la recuerdo en el taller, haciendo punto o bisutería, con sus salidas de alegría cuando le salía bien y se arrancaba a cantar arrastrando a sus compañeras y monitoras; su sonrisa de sorda de conveniencia, enterándose de lo que le interesaba y “pasando” de una forma infantil de sesentona de todo lo que no quería escuchar, mirándonos beatíficamente a veces y furiosamente otras, con la impotencia y la ansiedad del que siempre ha sido pobre.
Pobre de inteligencia, pobre de afectos, pobre de pertenencias materiales, con una vida de abandonos, de soledad, de inconsciencia. Pero rica en sí misma en ganas de salir adelante a pesar de todo, con desfallecimientos, caídas y remontadas; pero siempre esperando que algo bueno le podía pasar, con pequeñas alegrías de esperanza en momentos en que alguno de sus hijos parecía reaccionar y después la decepción cuando eran solo buenas intenciones. Se desahogaba en el taller, pasaba del llanto a la risa y se sentía querida y acompañada.
Y breve la despedida de su cuerpo: coche fúnebre del Ayuntamiento, nicho del Ayuntamiento, sin funeral porque los pobres no lo tienen en ese momento, y allí su hermana y sus tres hijos productos a su vez de una vida terriblemente dura, un hijo esposado, que según ella es el que más la quería, otro hijo desecho en llanto que nunca fue capaz de trabajar para ayudarla y una hija que solo le proporcionó disgustos. Unas 30 personas de las que más de la mitad éramos sus amigas de la Parroquia y el Taller, todas sin distinción de trabajadoras o voluntarias sintiendo lo mismo, tocadas en lo más profundo del alma, sin que aún habiendo vivido situaciones parecidas se nos endurezca el corazón, con sentimientos de rabia, de impotencia y a la vez de descanso pensando en que ese cuerpo fatigado y vapuleado por la vida reposaba por fin y su alma iba directa a Dios, porque no puede ser de otra manera.
La gente que no se compromete con la ayuda a los demás, ignora estas vidas, es más, cierran los ojos y las niegan, a nadie le gusta ser consciente de su existencia, molestan, algunas personas lo intuyen y hay que agradecerles que aporten algo económicamente, si no se sienten capaces de acercarse a la persona.
Pero el dedicar parte de tu tiempo a estas vidas, te enseña entre otras cosas a ser realista, a que no te engañen presentando un primer mundo de abundancia, a valorar lo que realmente tiene valor, a no juzgar, a enriquecer tu vida interior, a dar el cariño y el tiempo a quien está solo, a poner tu hombro junto a otros hombros para auparnos en los momentos de flaqueza y sobretodo a conocer personas buenas, buenas de verdad.
Una voluntaria de Caritas